Aunque sólo tenía 7 años tuve una sensación desgarradora de que algo no estaba bien. Vimos como nuestra amiga Jenny caminada arriba y abajo por las filas de escritorios cuidadosamente arregladas, llenos con una nueva cosecha de estudiantes de segundo grado. Pegado a su pecho, con sus manos, estaba su tarea fracasada. “Sosténgala y deja que todos lo vean” exigió la Sra. Holmann. Escritorio por escritorio, fila por fila, Jenny nos pasaba a cada uno para mostrar la “F” roja salpicada en la página. Me sentí mal; ella era mi buena amiga y podía ver que estaba empezando a llorar. Mayormente, me sentía aliviada de que no me encontraba en su puesto y percibía que los otros estudiantes se sentían igual.
Mis experiencias de pre-kinder y primer grado no eran nada como esto. Lo único que se sentía remotamente familiar era el olor de los pisos recién encerados y mi asignación de escritorio. Siempre nos sentábamos alfabéticamente y este año yo me sentaba en la segunda fila, tercera desde el frente. Mi escritorio estaba más cerca de la puerta que de la ventana. Usted pensaría que preferiría la ventana para poder mirar hacia fuera en el patio y despistarme; pero yo prefería estar más cerca de la puerta. La puerta me ponía dentro de rango de escape. Imaginaba que mis piernas tenían alas y que podía navegar victoriosamente y escapar sin que mi maestra se diera cuenta. Todos los días buscaba oportunidades para escapar, pero incrementalmente mis piernas empezaron a sentirse más como plomo que plumas. Cuando sonaba la campana al final del día corría para ser la primera en salir la puerta. Quería distanciarme del salón de clase y nunca hablaba de mis clases en casa.
Una cosa que aprendí era que la Sra. Holmann se enfocaba en nuestras debilidades y que avergonzar era su método de enseñanza. Así que, cuando ella decidió que era mi turno yo estaba determinada a no derrumbarme o creer en las cosas que ella decía…
En los 70 y las décadas anteriores, la caligrafía se consideraba como una materia separada. Me encantaba el proceso de crear largas líneas rectas en la “L” o el círculo sin interrupción de una “O”. Ví como los estudiantes perdían puntos en ecuaciones de matemática porque la maestra pensaba que un “8” era un “7”; un error que yo estaba determinada a no cometer. Así que, cuando la Sra. Holmann nos entregó un exámen de matemática de 18 preguntas, escribí mis números cuidadosamente, de hecho lo hice con demasiado cuidado. Me tomó demasiado tiempo y al terminar el exámen sólo había completado 15 de las 18 preguntas. “Perezosa” se convertiría en mi nuevo sobrenombre.
Le tomó menos de una hora anotar nuestros exámenes y cuando terminó, la Sra. Homann me dió una mirada y me pidió que moviera mi escritorio frente al suyo. Ella notó que estaba vacilante y tocó su mano contra su escritorio. “Empujalo más cerca…justo contra el mío”, dijo. Su tono pesado y el sonido de mi escritorio empujando contra el suyo me daba vueltas la cabeza. Ella caminó hacia el otro lado del salón y agarró una cartulina roja y grande. Sobre ella, delineó una “P” grande y me la entregó con un par de tijeras. “Recórtalo,” me dijo. Corte a lo largo de las líneas y ella me pidió que lo pegara en la parte de arriba de mi escritorio. “Jeannine es perezosa, gente. Esta ‘P’ representa ‘perezosa’ y permanecerá en su escritorio durante las próximas 6 semanas para recordarle que la pereza es inacceptable.” Seis semanas sonaba como una eternidad; y me encontré deseando que me hubieran dado una caminata de vergüenza en vez de un escritorio de vergüenza.
Al inicio, intente hacerme amigos con esa roja “P”. Era el tamaño de mi escritorio y lo podía sentir cada vez que descansaba mis brazos o mientras que trabajaba en mis tareas. El color brillante sangraba a través de mis papeles de trabajo para recordarme cómo me veía mi maestra y cómo ella quería que mis compañeros me miraran también. Con el paso de los días y semanas pensarás que empezaría a verme a mi misma como lo hacía ella, pero me rehúse. Aún así, algo sí pasó. Un pedacito por dentro de mí murió. Me había convertido en una exhibición para mis compañeros y por desgracia, yo no estaba compartiendo mis experiencias en casa. Como adulto me pregunto porque no corrí a casa para decirle a mis padres, pero la vergüenza puede hacer eso. Uno puede tener miedo de compartirlo por temor de decepcionar a otra persona o por miedo que la vergüenza tome su vida propia.
Investigaciones y nuestros instintos nos enseñan que una relación saludable entre padre e hijo/a es imperativo para el desarrollo saludable del niño. Es un espacio donde la confianza puede florecer para que los niños se sientan capaces de compartir. Nuestra buena salud social y emocional dependen en tener estas cosas bien establecidas, relaciones empáticas; entonces no debe sorprendernos que una relación saludable entre maestra y estudiante también es esencial. Los estudiantes pasan una cantidad significativa de tiempo en el salón de clase así que es importante que haya individuos quienes pueden enseñarle a los niños como salir adelante de dificultades y que pueden compartir estrategias útiles que convierten estos obstáculos en logros. Afortunadamente para mí, el poder del amor, la aprobación, y los consejos son un maravilloso remedio para las burlas y la vergüenza; estos son regalos que muchos mentores me han dado antes y después de esta experiencia aislada.
Etiquetas pueden causar daño a la psique. Sabemos de investigaciones que los estereotipos negativos y positivos pueden formar creencias en nosotros mismos que estorban nuestros logros. En su libro Mindset, The New Psychology of Success autora Carol S. Dweck explica los peligros de una mentalidad fija (actitudes de líneas duras) vs. los beneficios de una mentalidad de crecimiento (actitudes exitosas). Dweck examinó un estudio de maestros de escuela con dos actitudes muy diferentes. Los maestros que tenían mentalidades fijas creían que los estudiantes en su salón de clase con niveles de logro distintos eran extremadamente y permanentemente diferentes. Ellos creen que los estudiantes quienes son inteligentes tienen la habilidad natural de serlo y que los estudiantes a quien les toma más esfuerzo permanecerán así. Estos maestros no sólo creen que pueden predecir el éxito académico de un estudiante, pero también sienten que tienen poca o ninguna influencia en la “habilidad intelectual” de sus estudiantes.
A diferencia, los maestros con mentalidades de crecimiento se enfocan en la creencia que todos sus estudiantes tienen la habilidad para desarrollar sus habilidades. De hecho, investigadores encontraron que cuando los estudiantes son puestos con un maestro con mentalidad de crecimiento, no importaba si los estudiantes empezaban el año en el rango alto o bajo de habilidades. Al final del año, cada uno de los estudiantes experimentaron cambios significativos. En breve, los maestros con una mentalidad de crecimiento encontraron una manera de conectarse positivamente con todos sus estudiantes, lo que crió confianza en sí mismos para los estudiantes y promovió fé en sus talentos y habilidades.
Cuando estamos fijos sobre una noción sobre un niños esto puede limitar sus logros y llenar sus mentes con dudas y temor de fracasar. Incluso elogiar a los niños por sus talentos sobre sus esfuerzos puede robarles del trabajo que les llevó completar la tarea. Estas nociones pueden causar que los niños equivalgan el talento con habilidades naturales cuando nosotros sabemos que el talento se forma y se mantiene a través de una estrategia disciplinada. Entonces, ¿cuáles son algunas estrategias útiles que los padres pueden usar para formar actitudes saludables en los niños? Dweck nos sugiere que le preguntemos a los niños con frecuencia, “¿Qué error cometiste que te enseño algo?” y “¿En qué te esforzaste hoy?” Compartir estas experiencias regularmente como la familia, en la mesa de cena por ejemplo, puede promover su comprensión sana de la importancia de su esfuerzo, los contratiempos que pueden haber sufrido y las estrategias que pueden utilizar para avanzar. Las discusiones abiertas les enseñan a los niños a aprender de cada nueva experiencia y nutren su fé en sus habilidades para manejar nuevas situaciones.
Los niños están rodeados por mentores cariñosos dentro y fuera del hogar. Padres, abuelos, maestros, líderes espirituales y otros miembros de la comunidad pueden tomar parte en el desarrollo de su niño. Cuando le enseñamos a nutrir sus talentos ellos empiezan a conectar sus esfuerzos con los resultados y en adición aprenden que ellos tienen la maravillosa habilidad de hacer que las cosas pasen.
Jeannine Marie Lenehan